Hace ya muchos años, Adolfo Domínguez usó la expresión «la arruga es bella» para sus campañas de promoción de la marca. Ese lema lanzaba la idea de que los patrones estéticos en la moda cabía encontrarlos más allá del planchado perfecto y la tersura de los tejidos.
Pero parece que eso no lo acabamos de digerir cuando se trata de la arruga en nuestra piel. Y el ejemplo más reciente de este caso lo podemos encontrar en la imagen de Demi Moore desfilando para Fendi en la Semana de Alta Costura de París el pasado mes de enero. Sorprendió y dio lugar a multitud de comentarios (noticia publicada en El País) el resultado en su imagen física de lo que parece la intervención humana para tratar de paliar el paso del tiempo.
Dejando las críticas aparte (al fin y al cabo, cada una es reina y señora de su propio cuerpo) el asunto nos lleva una vez más a preguntarnos por qué nos vemos impulsadas a negar la arruga. El caso del ejemplo es claramente el modelo de belleza que vende la cultura occidental, en el que la Moore fue (y es) bandera de la gran industria cinematográfica y de marcas vinculadas a la imagen de la mujer que, en interés de fortunas particulares, se pretende vender como necesidad universal. Y, claro, mientras la imagen venda, el cuerpo que vende esa imagen hay que mantenerlo conforme a lo que de él se espera.
Pero Hollywood no es el mundo real. Todas lo sabemos. Hollywood es el mundo fantástico al que de vez en cuando tenemos necesidad de asomarnos para olvidar nuestro día a día por unos instantes. Y la industria que vive de la imagen idealizada, del cuerpo perfecto, de la piel tersa, centra sus esfuerzos en crear en el público (su mercado) esa necesidad de acercarnos al ideal que vende.
Sin embargo, si nos entretenemos a buscar a nuestro alrededor, encontraremos a una Ángela Molina, quien a lo largo de los años mantiene viva su esencia aceptando lo que la naturaleza hace con su piel. Estamos a muchos kilómetros de distancia geográfica y cultural, porque Ángela encaja en el mercado escénico europeo, en el que parece que se pone más énfasis en la historia, la persona y la vivencia que en el cuerpo que la contiene. Ángela nos es más cercana. Nos permite identificarnos en ella, y al mismo tiempo nos permite seguir reconociéndola como un modelo de talento en su profesión. Y también como un modelo de belleza.
En cualquier caso, y sea cual sea el patrón de belleza al que nos sentimos ligadas, Demi Moore y Ángela Molina son máximos exponentes de sus respectivos mercados. Dos «prime donne». Dicho esto, ¿cuántas actrices y modelos más o menos anónimas dejan de acceder a papeles o campañas de publicidad cuando cumplen años? ¿Cuántas son las mujeres que, sin haber escatimado esfuerzos y habiendo demostrado un gran desempeño en sus profesiones, se encuentran en la encrucijada de tomar la decisión acerca de cómo afrontar el paso del tiempo?
¿Cómo afrontar el paso del tiempo? Esta es la pregunta que de una manera u otra nos hacemos cualquiera de nosotras sin aspirar a papeles en el cine, sino aspirando a representar felizmente nuestro papel en el escenario que nos ha tocado vivir. Con una sola diferencia: nuestro personaje no es de ficción.
Autor: Albert Tur